sábado, 1 de febrero de 2014

Aunque no veas los frutos...




En un pueblo rodeado de montañas vivía un anciano al que la gente del lugar llamaba el “Loco”.

La gente se reía al verlo pasar, el hombre iba humildemente vestido, sin posesiones, sin una esposa, ni hijos; como diría mucha gente era un desdichado y un inútil que no beneficiaba a la sociedad...

Pero este hombre viejo ocupaba su vida sembrando árboles en todos los lugares donde pudiera. Sembraba semillas de las cuales nunca vería ni las flores, ni el fruto y nadie le pagaba por ello, por el contrario, era objeto de burla ante los demás.

Sucedió que un día cabalgaba por esos rumbos el Rey, al pasar por aquel lugar y encontrarse al “Loco” le preguntó: “¿Qué haces, buen hombre?

- “Sembrando” Respondió el anciano.

- “Pero, ¿cómo es que siembras?. Estás viejo y cansado, y seguramente no verás siquiera el árbol cuando crezca. ¿Para qué siembras entonces?” Preguntó el Rey.

- “Señor, otros sembraron y he comido, es tiempo de que yo siembre para que otros coman”.

El Rey quedó admirado con la sabiduría de aquel hombre y le dijo: “Pero no verás los frutos, y aún sabiendo eso continuas sembrando… Por ello te regalaré unas monedas de oro, por esa gran lección que me has dado”. El Emperador llamó a uno de sus guardias para que trajese una pequeña bolsa con monedas de oro y las entregó al sembrador.

El anciano respondió: ”¿Ve, Señor, como ya mi semilla ha dado fruto? Aún no la acabo de sembrar y ya me está dando frutos, y aún más, si alguna persona se volviera “loca” como yo y se dedicara solamente a sembrar sin esperar los frutos sería el más maravilloso de todos los frutos que yo hubiera obtenido.

El Rey lo miró asombrado y le dijo: “¡Cuánta sabiduría y cuánto amor hay en ti!, ojalá hubiera más personas como tú en este mundo. Con unos cuantos que hubiese, el mundo sería otro... 

Ahora me retiraré porque, si sigo conversando contigo, terminaré por darte todos mis tesoros. ¡Qué Dios te Bendiga!”.



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